Me hubiera gustado quedarme máen el banco, pero estos puestos son muy exigentes y yo me desgasté mucho físicamente. Dejé de ir a cine, de frecuentar a los amigos, a la misma familia. Empezaron mis enfermedades y la tercera vez que me ingresaron a la clínica el año pasado, mi hija mayor me escribió una carta (septiembre), en la que me decía: “quiero que me veas graduar, que me veas casar, que cargues a mis hijos, pero como estás actuando y asumiendo tus responsabilidades ahora no lo vas a lograr”. Eso me dolió mucho y me pregunté a qué le estaba entregando las cosas, me privé de la familia, de ver jugar fútbol a mi hijo, de recibir calificaciones en el colegio, porque siempre tenía una responsabilidad. Por eso, después de 22 años en el banco, decidí que era hora del retiro.
¿Y cómo lo asumió la familia?
La carta de mi hija motivó una conversación en familia en la que miramos cuáles son esas prioridades en la vida. Yo no quería ni poder ni plata, vimos que mis obligaciones laborales son superiores a mi condición física. Entonces llegamos a la conclusión de que había que hacer esas cosas que se aplazaron por años, como tocar piano, aprender italiano, seguir hablando de paz y convivencia, de cultura ciudadana, y hasta comerse un helado con la señora, es decir, volver a lo simple y a lo básico.
Comentarios
Publicar un comentario