Intermedio. Por: Jota Mario Arbeláez
La lora del diplomático
Febrero 01 de 2005
No se crea que por haber pasado mi corta vida en una mansión diplo-mática, codeándome con lo más popoff de la política y el jet set, he dejado de ser lora, es decir, frentera y grosera. Por algo nací, a mucho honor, en San Vicente del Caguán durante las conversaciones de paz del gobierno de Andrés Pastrana, cuando mi comandante ‘Tirofijo’ dejó al Presidente de Colombia esperándolo como lora en estaca. Rompí el huevo con este pico que no se guarda nada, en el Batallón Cazadores de San Vicente, vacío de soldados por el despeje, en un árbol donde eché de menos a mi madre -desplazada, muerta o secuestrada- y fui recibida en las cálidas manos de Tony López, un diplomático cubano comprometido, como muchos otros, con el embeleco de la búsqueda de la paz.
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Foto: Leonardo Tangarife Aguirre febrero de 2016 |
Tuvimos una empatía mutua y él prácticamente me echó al bolsillo. La cocinera del grupo guerrillero le recomendó que me llevara consigo. Me trajo a Bogotá en un vuelo chárter, me instaló en su casa, me entregó a su señora, me bautizaron ‘Paquita’, me enseñó a silbar, a hablar, a reír y a cantar, y me presentó a sus numerosos visitantes, ex presidentes de la República, secretarios presidenciales, un ex comisionado de paz, gobernadores, embajadores, senadores y periodistas interesados en el cese del conflicto, entre quienes -parando oreja- fui perfeccionando mi percepción de los fenómenos políticos que nos atañen a todos los colombianos. Porque lora sí soy, pero no pendeja.
Las conversaciones de paz, como se sabe, quedaron en pura rila, y lo único que se saca en claro fue que fui la única criatura del Caguán en reinsertarse. Aunque en realidad, yo nunca tuve ningún pasado lamentable. Ni siquiera figuro en las listas negras de especies en vía de extinción, como las guacamayas, el loro orejiamarillo y los campesinos. Soy del género Amazonas y de la especie Amazónica, como somos millares de ejemplares en el país. Nunca me he posado sobre un fusil. Ni he picoteado una semilla de coca. Ni ejercido la prostitución por esos parajes.
En casa de Tonylo me he comportado como una dama, haciendo honor al retrato de José Martí. He recibido con juicio las vitaminas, vacunas y medicamentos ordenados por el veterinario, duermo a pierna suelta en una jaula sin rejas, vuelo libremente por todas las habitaciones y suelo ver el atardecer desde una planta del living. Cuando oigo llegar el carro de mi amigo armo el alboroto. Él entra, me saluda, me pone sobre su hombro y me saca a dar un paseo, mientras me va contando para dónde va el mundo. Nunca para dónde vamos nosotros, que eso sólo la Providencia lo sabe. Para venir de los territorios nacionales, soy un ente privilegiado.
Hace unos pocos meses, el Gobierno de la isla del caimán barbudo solicitó el regreso de Tonylo, y ahí fue donde comenzaron nuestros hijueputas problemas. Me siento secuestrada en mi propio patio, con mis 30 centímetros de plumas verdes y amarillas y dos libras de peso. No ha valido que Tonylo haya tramitado hasta lo imposible en el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial (hágame el favor el ampuloso nombrecito comparado con su eficiencia); allí le pidieron que diligenciara un formato, por el que pagó 90.000 tablas, al que anexó el certificado del veterinario. Pero eso no sirvió: le pidieron que viajara al Caguán de nuevo -en pleno Plan Patriota- a pedir una autorización de una autoridad ambiental, o por lo menos el testimonio de la cocinera del secretariado, para poderme sacar del país. No valieron las recomendaciones de las amistades reputadas ante el Gobierno, bastante ocupado en importar -con métodos non sanctos- a antiguos habitantes de la zona de distensión en el exterior.
¡Ay, Dios! Como la ley es la ley con todo y sus aberraciones, Tonylo y su mujer tuvieron que despedirse de mí llorando el 31 de diciembre, dejándome al cuidado de un amigote. Pero no es lo mismo, así me llame por teléfono todos los días. Ya ni cacao me provoca. Me tocará dejarme extinguir, a ver si muerta me permiten volar para ser enterrada en la planta del living de Tonylo, desde donde contemplaba el atardecer.
¿Será que no quieren que me convierta en un cerebro fugado? ¿Pensarán que sé mucho, es decir, que la paz es paja? ¿O sospecharán que voy a recibir instrucción militar en Cuba? Si así fuere, entonces lo que temen es que resulte acreditada como posible candidata a la Presidencia.
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